

Vitalina Varela, de Pedro Costa. Sección Oficial. Clausura.
Un año después, seguimos estando fuertemente en contra de que la película ganadora de la Sección Oficial sea la seleccionada para clausurar el Festival de Cine de Gijón. La tradicional costumbre de los jurados de premiar siempre la propuesta más marciana y delirante de entre todas las presentadas a concurso hace que donde el año pasado teníamos al pesadísimo de Hong Sang-soo este hayamos tenido al aún más pesado de Pedro Costa.
A la hora de hacer nuestra selección de títulos durante los días previos al certamen hay una serie de red flags que buscamos detenidamente entre los textos del programa de mano. Una de esas alertas es "Locarno". Todo lo que lleva la marca Locarno debe ser evitado como si de las babas de un enfermo de ébola se tratase. Por supuesto, existe una corriente crítico-cinéfila que venera los títulos que allí triunfan, del mismo modo que hay gente que vota a Ciudadanos, pero las películas que a mí me hicieron amar el cine tienen poco o nada en común con estas otras y, desgraciadamente, cada vez menos con las cosechas festivaleras all around the world, empeñadas en seguir celebrando entusiastamente los nuevos trajes del emperador.
Así las cosas, Vitalina Varela había sido uno de los primeros (y de los pocos) descartes de una Sección Oficial que, en general, prometía y ha ofrecido un nivel más que digno. Como no podía ser menos, Vitalina Varela ha terminado siendo la ganadora de esta edición del FICX.
Con el día de perros que hizo en la jornada del sábado, lo último que me apetecía era salir de casa para ver en el Jovellanos lo que dos días atrás no había querido ver en el Jovellanos, pero en un ejercicio de paciencia e ingenuidad notables decidí dar una oportunidad al filme en cuestión, por más que el inefable Carlos Pumares escribiera lo siguiente:
«Lo que mal empieza, mal acaba, lo digo porque la última película a concurso de la sección oficial es un verdadero horror, su título: «Vitalina Varela», del portugués Pedro Costa. A plano fijo vemos, por ejemplo, un señora que está pasando la fregona, pasa un hombre, tiene que volver a pasar la fregona, como vuelve a pasar el mismo hombre, otra vez la fregona... Es una película donde no brilla la luz, es prácticamente la nada, no existe el menor interés en la trama, lo mejor de todo: olvidar esta película.»
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Antes de la proyección de la película ganadora, se entregaron los muchos premios de esta 57ª edición del FICX en una gala de clausura que volvió a estar conducida con acierto (de nuevo) por Rodrigo Cuevas, acompañado (de nuevo) por Arantxa Nieto. Destaquemos de la larga lista de galardonados el gracioso agradecimiento vídeo mediante de Marc Maron (merecido Mejor Actor por la estimable Sword of trust), misma vía utilizada por Lynn Shelton (Mejor Guión por Sword of trust, una recompensa que se antoja algo excesiva para la película estadounidense), Lou Ye (Mejor Director por Saturday fiction, otra de nuestras descartadas) o Nora Fingscheidt (Premio CIMA a Mejor Película dirigida por una Mujer por la excelente System crasher, celebremos el buen gusto de las mujeres de este jurado). Sí recogieron personalmente sus premios el búlgaro Stephan Komandarev (Mejor Actriz para Irini Zhambonas por Rounds) y Pedro Costa (Mejor Fotografía para Leonardo Simões y Mejor Película por Vitalina Varela), estirado y pedante como sus creaciones. También subió a las tablas del Teatro Jovellanos la productora Cristina Huete, Premio Mujer de Cine 2019. En su discurso de agradecimiento recordó emocionada a su compañera Anne Deluz, fallecida unos días atrás. Fernando Trueba y su hijo Jonás, de quien se proyectó el día anterior la maravillosa La virgen de agosto, también la acompañaron desde las primeras filas del patio de butacas pero sin reclamar protagonismo. La ceremonia se remató con Rodrigo Cuevas cantando acompañado por el público del teatro en modo karaoke el clásico de Nino Bravo Un beso y una flor, con la tradicional foto de familia y con el entrar y salir de rigor tras pasar un rato haciendo cola bajo la lluvia gijonesa.

Vitalina Varela es una película honesta. No necesita más de dos o tres planos para dejar claro lo que viene a continuación. Secuencias alargadas, oscurísimas, esteticismo en el peor sentido, historia mínima e irrelevante y metraje incompatible con la vida. Narra (es un decir) la llegada de la protagonista desde Cabo Verde a Lisboa tras la muerte de su marido emigrado tiempo atrás. Todo da exactamente igual. La posible belleza aislada de ciertos planos y encuadres de inspiración caravaggiesca es escaso bagaje para fijar la atención durante más de dos horas en algo que carece de cualquier interés. Rodar sin guion como virtud en estos tiempos confusos. Especializarte en el festivalerismo más grotesco como modo de vida.
Hasta referencias a John Ford se han podido leer a propósito del presente filme. Si John Ford se levantara de la tumba para leer estas cosas se arrancaba el otro ojo. Como dijo el sabio, "Máteme usted (de aburrimiento, en este caso), pero no mienta". Durante la proyección hubo el previsible desfilar hacia la puerta de un buen número de espectadores que no supieron apreciar como merece tan magna creación. Afortunados ellos, que salieron antes a las calles.
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