viernes, 30 de enero de 2009

El Cazador, de Michael Cimino

El Cazador

La primera vez que vi El cazador tenía 12 años. Un tiempo atrás mi padre había comprado un reproductor de vídeo (Sistema 2000) y durante aquella época fuimos pioneros en la cosa, entonces novedosa, del videoclub. En el verano de 1986 alquiló la película de Michael Cimino pero, cosas extrañas que ocurrían ya por entonces, la edición estaba partida en dos cintas por la larga duración de la película y la que llegó a nuestra casa era la segunda. No reparamos inicialmente en aquel importante detalle y la secuencia inicial del filme, sin créditos ni ningún otro preámbulo, mostraba unas explosiones en medio de la selva vietnamita. Un vietcong patrullaba un poblado. Levantaba la tapa de un búnker repleto de mujeres y niños. Lanzaba dentro una granada. Bajaba la tapa antes de que sonara la explosión. Acribillaba a una mujer con un bebé en brazos. Robert de Niro, más célebre en aquel momento de lo que su carrera como actor en los últimos años pudiera indicar, surgía del follaje con la cara pintada de ira y negro. Helicópteros, más explosiones, un río. A continuación los americanos prisioneros en una jaula sumergida. Cadáveres survietnamitas caían al agua tiñéndola de rojo. Sobre la plataforma, desquiciadas e impactantes partidas de ruleta rusa.


El Cazador. Trailer.

Era El cazador una película supuestamente de guerra, más concretamente de la Guerra de Vietnam, tema estrella de la cinematografía estadounidense de finales de los setenta y principios de los ochenta. Sin embargo, la guerra, el fregao, ocupaba apenas quince minutos en aquella versión fraccionada que vi hace más de 20 años y la proporción de este minutaje respecto del metraje total de la película hacía aún más discutible si cabe esta catalogación. Además, la visión que ofrecía Cimino y sus guionistas del conflicto era completamente sesgada: allí parecía que al final lo que hacían todo el tiempo era jugar a la ruleta rusa. Ruleta rusa en la selva norvietnamita, ruleta rusa en un Saigón recreado en Tailandia y ruleta rusa también en las montañas americanas donde el grupo de amigos de la colonia rusa de Clairton, Pennsylvania, se iba de caza. Un disparo. Dos es una chapuza. Lituano.

El cazador ganó muchos Oscars en la ceremonia de 1979. Concretamente cinco. Cimino ganó uno. Christopher Walken otro, antes de pasarse década y media encasillado y atrapado en el papel de Nicky, con la cinta roja en la frente, los brazos abrasados y la mirada perdida. La película tuvo un prestigio discutido, tanto por razones ideológicas como cinematográficas. Los americanos, aunque aquí fueran medio rusos, eran los buenos. Ni un asomo de crítica a su intervención en aquella guerra lejana y absurda. Por el contrario, los vietnamitas, los del norte y los del sur, eran una panda de locos gritones que hacían las mismas atrocidades en tiempo de guerra que en tiempo de paz. La película lo mostraba, además, de una forma tremendista casi nunca justificada.



Sin embargo, más allá de sus imperfecciones y de sus brochazos de trazo grueso, la película encontraba -y encuentra- sus momentos de grandeza. Cimino, cuya irregular carrera posterior terminó de una forma que en aquella época no se podría ni concebir, tenía entonces la garra de los debutantes, por más que su primera película la hubiera realizado casi cinco años antes. Durante las tres horas de metraje no hay momentos de descanso para su talento visual, para sus impecables composiciones de secuencias. Las hay grandiosas en El cazador. Desde el mismo plano inicial, con ese camión que asoma inquietante por la curva que conduce a la fábrica siderúrgica, la película salta a golpe de grandes momentos. Los amigos jugando al billar y cantando el Can't take my eyes of you en el bar de John. La boda de Steven. La última cacería antes de partir hacia Vietnam. Vietnam. El regreso a casa, enteros o por partes. La vuelta por el amigo ausente. Cimino no daba tregua.

Volvimos muchas veces a aquella escena en el verano de 1986, a aquella sórdida habitación, al insomne Nicky surgiendo en la oscuridad. Siempre esperábamos que el desenlace fuera distinto y siempre nos sorprendía que no cambiara, como ocurre con las grandes películas, las que parecen y son de verdad. El cazador seguro que no es la mejor película de la historia pero es la mejor película de una forma de hacer cine que se ha perdido. La forma de hacer cine que arruinó a un estudio y a su director, porque Michael Cimino hacía cine de un disparo. Porque dos es una chapuza.

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