viernes, 15 de septiembre de 2006
Casi Famosos, de Cameron Crowe
Cameron Crowe tiene un problema. Hace ahora casi diez años dirigió una película infame titulada Jerry Maguire. Lo peor de todo fue que el engendro en cuestión gozó de un éxito incomprensible e incluso terminó llamando a las puertas del Oscar. Casi Famosos, no hace falta decirlo, es infinitamente superior a Jerry Maguire, pero la capacidad del creador de ambas sigue siendo cuestionable. Basta fijarse en el lamentable y penoso final que el Cameron Crowe guionista ha endosado a su presumiblemente mimada criatura.
El filme narra la historia, posiblemente autobiográfica, de William Miller, alter ego en la ficción del autor de Solteros. Resulta que Cameron Crowe publicó su primer artículo en la prestigiosa revista musical Rolling Stone a la temprana edad de quince años y que el record aún se mantiene. Parece que nuestro chico, dada la calidad de su filmografía, sigue estando muy orgulloso de su hazaña y ha decidido dárnosla a conocer a todos aquellos que vivíamos aún en la ignorancia de dato tan relevante. En un alarde de modestia digno de tener en cuenta, Crowe concede a su sosia el carácter de niño prodigio y superdotado, toda una declaración de intenciones que nos enseña por dónde van los tiros.
Está claro que Crowe no tiene abuela. Ni falta que le hace. Le basta y sobra con una madre dominante y posesiva que continuamente le alerta de lo malas y peligrosas que son las drojas en el Cola Cao. Y todo ello justo cuando los setenta acaban de comenzar y el movimiento hippy disfruta de su efímero momento de gloria. Pero que no se preocupe el lector. William Miller y Cameron Crowe, Cameron Crowe y William Miller, son muchachos sanotes de la gran América y siguen fielmente los sabios consejos de mamá: a tope sin drogas.
El caso es que el chico, así como quien no quiere la cosa, se embarca de gira con los Stillwater, una incipiente banda de rock que busca su lugar en el sol de la fama y el éxito "sobreponiéndose a sus propias limitaciones". Y el chico Miller está allí para contarlo por su don de gentes y por algún que otro articulillo de periódico de instituto.
Pues nada, que se recorre medio país viendo cómo los músicos del grupo se ponen hasta las cejas de todo la habido y por haber y cómo agotan los días de ese mundo que se acaba, tal y como le dice al inicio de la cinta su mentor Lester Bangs. Pero, repito, que nadie se alarme. Miller las drogas ni tocarlas. Y a las mujeres tampoco, que él es chico de los que se enamora una sola vez y es para toda la vida.
Así que mientras uno está en la butaca preguntándose si la película va bien, mal o regular, como que la cosa empieza a levantar el vuelo y a mostrar algún atisbo de vida inteligente. Porque hasta el momento se había limitado únicamente a vivir de los agradecidos escenarios por los que transitaba la acción. Y es que ya se sabe, los grupos, su gestación, sus polémicas, sus conciertos, es algo que da mucho juego en el cine. Tanto que hasta el mismísimo Alan Parker fue reconocido por su espléndida The Commitments.
Crowe no es Parker, claro. Crowe es un americano fuertote que nos confiesa que una vez estuvo a punto de ser un poco malo y de hacer locuras. Pero, lo que les decía anteriormente, justo cuando parece que la película quiere mostrar algún breve destello de talento que la redima de su mediocridad, aparece entonces Crowe para recordarnos que un día dirigió Jerry Maguire. Ya saben, aquella cosa con Tom Cruise. Y lo echa todo a rodar por culpa de un final impresentablemente blando, del todo inverosímil y facilón. Un final que traiciona cualquier lectura positiva que se pretenda hacer del filme, que traiciona el espíritu que intenta reflejar y que, sobre todo, traiciona al personaje más interesante de todo el relato que, por supuesto, no es William Miller sino Lester Bangs, cuyo pesimismo nostálgico se va al cubo de la basura en un momento.
Y es que este tipo una vez dirigió Jerry Maguire.
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