lunes, 18 de septiembre de 2006

El Protegido, de M. Night Shyamalan

El Protegido

El realizador norteamericano de origen indio M. Night Shyamalan rompió las taquillas de todo el mundo hace años con su tercer filme, El Sexto Sentido. Adivinar por qué una modesta película de fantasmas y sustos, cuya única originalidad radicaba en una conclusión que buscaba intencionadamente desconcertar al espectador, se convirtió en la más taquillera de toda la historia del cine en nuestro país es un Expediente X que aquí ni siquiera nos plantearemos resolver.

No contento con haber colado gato por liebre en su obra anterior, Shyamalan -que según se desprende de ciertos artículos y entrevistas es un tipo de lo más creído- acomete con El Protegido una operación de similares características y aunque sus resultados económicos no serán ni parecidos a los de El Sexto Sentido, sí que llama la atención la obstinada obcecación de más de uno que se empeña en calificar de forma positiva este nuevo artefacto pirotécnico del cineasta.

Unbreakable es un particular homenaje al cómic que se sirve de dos personajes principales y opuestos. Bruce Willis es un guardia de seguridad con problemas familiares que sobrevive milagrosamente a un accidente ferroviario en el que fallecen el resto de pasajeros. Samuel L. Jackson (atención a su nueva peluca, modelo otoño-invierno) es un galerista que nació con una extraña enfermedad que hace que sus huesos se quiebren con una facilidad increíble.

Es decir, tenemos al que nunca se rompe y al que se rompe continuamente. El héroe y el villano. Como en los comics. La idea podría dar de sí pero el caso es que el director y guionista no parece interesado en ella y se dedica a dar palos de ciego durante una hora de metraje para dejar claro al espectador que sí, que efectivamente Bruce Willis es un tipo especial que nunca ha estado enfermo y que ha sobrevivido a esos accidentes porque realmente tiene un don especial. Es El protegido. Pero esto es algo que todos sabemos o que, al menos, ya suponemos desde el inicio del filme o incluso antes si se ha visto el trailer.

¿Por qué insistir entonces de una forma tan machacona en secuencias como la de las pesas, o la cola del estadio, o el risible "momento pistola"? La respuesta parece clara. A falta de tener algo interesante que contar, Shyamalan estira y estira lo poco que hay en espera de llegar al momento final, que parece ser lo que de verdad le gusta, los fuegos de artificio, la sorpresa que deje clavados en la butaca a los espectadores. Pues bien, la sorpresa aquí es tan prescindible como todo lo demás.

M. Night Shyamalan está realizando una meteórica carrera como cineasta revelación en Hollywood. Tal como está el patio, tampoco es decir mucho. Pero si la regeneración de la penuria cinematográfica actual tiene que venir de directores como él, ya podemos ir perdiendo toda esperanza.

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