Ilo Ilo, de Anthony Chen. Sección Oficial.
We Are What We Are, de Jim Mickle. Géneros Mutantes.
Oh Boy, de Jan Ole Gerster. Rellumes.
Ilo Ilo, de Anthony Chen. Trailer.
A diferencia de lo sucedido en la irregular jornada anterior, en la presente se juntaron tres filmes más que estimables que consiguieron elevar sensiblemente el tono medio del certamen. El primero, a concurso dentro de la Sección Oficial, fue Ilo Ilo, una producción de Singapur dirigida por el debutante Anthony Chen ganadora este año en Cannes de la Caméra d'Or. Chen ha utilizado para su primera película material autobiográfico con el que ha tejido una historia cálida y humanista sobre la relación que se establece entre un niño problemático y la asistenta filipina que sus padres acaban de contratar. La progresiva influencia de la recién llegada sobre el pequeño provocará los celos de la dominante madre. Y todo ello en medio de una situación económica (la película está ambientada en 1997) cada vez más precaria.
We are what we are es el remake norteamericano de la cinta mexicana Somos lo que hay. Desconozco el filme original que ha servido como punto de partida pero la versión que ha dirigido Jim Mickle es un malsano y por momentos brillante relato de terror que escapa deliberadamente de la truculencia sanguinolenta durante la mayor parte de su metraje en un intento de buscar principalmente la inquietud y el desasosiego del espectador. La naturaleza del argumento se descubre poco a poco y el director consigue un adecuado equilibrio en la dosificación de esa intriga. Pese a la ausencia de sorpresas y giros imprevistos en el guion, We are what we are es un trabajo apreciable y más que digno en su género.
We Are What We Are, de Jim Mickle. Trailer.
Oh Boy, enmarcada en la sección competitiva Rellumes, ha sido la principal sorpresa del día. Repleta de referencias al mejor cine independiente norteamericano de los años ochenta, la ópera prima del alemán Jan Ole Gerster narra veinticuatro horas demenciales en la vida de su atormentado y desorientado protagonista en un Berlín magníficamente fotografíado en blanco y negro. Su referente más próximo y el primero que viene a la cabeza de cualquier espectador probablemente sea la célebre Jo, ¡qué noche! que Martin Scorsese realizara en el año 1985. Tal como sucedía en aquella, el protagonista (magníficamente interpretado por Tom Schilling) va saltando de una situación disparatada a otra sin solución de continuidad y cada pequeña aventura consigue mantener la unidad y el interés de todo el conjunto, cohesionado por esa recurrente taza de café que nuestro hombre parece condenado a no poder tomarse nunca y que actúa como brillante metáfora de su propia y desnortada vida. Oh Boy, bien recibida por el público presente en los Cines Centro, contiene también ecos del mejor Jim Jarmusch y es desde este momento una de las más firmes candidatas a llevarse el premio.
Oh Boy, de Jan Ole Gerster. Trailer.
El primer largometraje de Jan Ole Gerster narra veinticuatro horas decisivas en la vida de un joven berlinés a pesar de la aparente grisura de su existencia. Antihéroe por definición, Niko Fisher (Tom Schilling) frisa la treintena en progresivo desajuste con la sociedad que lo rodea. Su vida no le satisface. Ha abandonado sus estudios de derecho demasiado pronto y se siente abrumado por su burgués padre, de quien depende económicamente, pero al que no ha informado de su renuncia académica. Lleva una temporada bebiendo, quizá demasiado, para conjurar los demonios interiores. A lo largo de la jornada Niko intentará sustituir el alcohol con una buena taza de café. Algo tan sencillo sobre el papel empezará a antojársele misión imposible conforme avance el día, jalonado de dilatados aperitivos, problemas de dinero, holgazaneo a la deriva, postergación de obligaciones y encuentros imprevistos.
Cada una de las figuras que se cruzan en el camino del personaje principal coadyuvan, una tras otra, al dibujo de su retrato. Desde un psicólogo suspicaz con muy mala leche, hasta un superviviente de la Noche de los Cristales Rotos y un actor en pleno rodaje caracterizado de oficial nazi, pasando por una antigua conocida de atractiva apariencia, aunque obesa en los tiempos escolares, que siempre estuvo enamorada de él. Tales encuentros nos hacen oscilar del humor -en ocasiones desesperado- a la desilusión, de la risa a las situaciones conmovedoras.
Oh Boy presenta una ambiciosa construcción fragmentaria de naturaleza episódica. Resulta patente la afinidad del realizador hacia la poética semi-elegíaco-burlesca de Jim Jarmusch, junto a otros reconocibles influjos, como el desasosiego de ¡Jo, qué noche! (Martin Scorsese, 1985) o la espacialidad de Manhattan (Woody Allen, 1979). Sin dejar de lado su libertario sabor a Nouvelle Vague, tanto en el tono como en la caligrafía, lejos del academicismo y del realismo rigorista de buena parte de la cinematografía alemana.
El resultado final se gana nuestra voluntad gracias a su desarmante melancolía, la cual debe no poco a su inspirado actor protagonista, Tom Schilling, puro Salinger evolucionando sobre la cuerda floja de un Berlín en blanco y negro alejado de la estampa turística. Su prestación dramática proyecta un valor de intemporalidad rabiosamente libre, casi de portavoz generacional.
[José Havel, del periódico oficial del 51 FICXixión. 17/11/2013]
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