

Cada gala inaugural del Festival de Cine de Gijón parece un poco como el día de marmota y uno tiene la sensación de volver una y otra vez a escuchar los mismos chistes sin gracia, los mismos lugares comunes y la misma tontería de siempre. Bueno, hubo un tiempo no tan lejano en que estos actos tenían un ingenio y un ritmo que ahora se echa mucho a faltar. Eran aquellos en los que Pepe Colubi ejercía de maestro de ceremonias y en los que el humor y la mala leche se unían a partes iguales y formaban un conjunto apañado. Pero Pepe Colubi pertenecía al antiguo régimen y en estos últimos tres años hemos vuelto al concepto mujer florero más o menos buenorra recitando un guion sin gracia. Leticia Dolera primero, Inés Paz después y este año si no quieres caldo, pues toma dos tazas: Irene Visedo e Ingrid García-Jonsson. No es que las dos actrices anden sobradas precisamente de desparpajo pero con semejante guion tampoco tenían las pobres muchas posibilidades de lucimiento. Si la brillantez no se encontraba entre las cualidades del libreto, la contención y la brevedad tampoco, y entre chascarrillos, presentaciones y discursos aquello se alargó más allá de lo aconsejable. O es posible que sólo lo pareciera. Eso sí, creo que en esta ocasión no se pronunció en ningún momento la terripla expresión "gafas de pasta".
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Abrió la noche la breve actuación musical de Marlango. Imagino que avisados de lo largo que iba a ser el resto, Leonor Watling y Alejandro Pelayo sólo interpretaron dos temas y se despideron asépticamente del público gijonés. Bueno, antes que Marlango hubo también alfombra roja. Con la presencia en ella de José Coronado y Eduardo Noriega, iconos del cine independiente y radical que hiciera famoso al festival de Gij... oh, wait. Pues eso, que hubo alfombra roja. Empezada la gala, y después de unos minutos de autobombo y de chuparse las pollas entre la Fundación Lumiére y el Festival de Gijón, Eduardo Noriega también entregó, ya sobre el escenario del Jovellanos, el Premio de Honor que el certamen gijonés ha otorgado en esta edición al Monty Python Terry Gilliam, que se mostró de lo más eufórico y expansivo, tanto por el galardón como por el inminente estreno en salas españolas de su último largometraje, The zero theorem. También fue homenajeada la veterana diseñadora de vestuario Yvonne Blake, británica de nacimiento pero afincada en España, que recibió el premio de manos de Richard Lester, Carmen Frías y Gonzalo Suárez. Blake aprovechó la ocasión para, una vez dadas las gracias de rigor a todo el mundo, lanzar un contundente alegato en favor de la igualdad de las mujeres, con múltiples referencias a la realidad política española, un discurso que provocó los mayores aplausos de toda la noche. Hubo tiempo también para recordar con un breve montaje audiovisual la figura de Juan José Plans, director del festival en la época en que empecé a asistir y que falleciera inesperadamente el pasado mes de febrero. Nos hacemos mayores...

Terry Gilliam desatado

Irene Visedo e Ingrid García-Jonsson, maestras de ceremonias
También desfilaron por el escenario del Jovellanos los miembros del Jurado Internacional, los miembros del Jurado FIPRESCI, la portavoz del Jurado Joven, el portavoz del Jurado de AnimaFICX y los sufridos espectadores tuvimos que soportar, en fin, vídeos de las diferentes secciones del festival con tan poco sentido de la mesura como todo el resto de la ceremonia, a la que pusieron punto final Javier Ríos y Elizabeth Eves, quienes presentaron la película Calvary, del director y guionista irlándes John Michael McDonagh.
Calvary viene a contar la historia de un sacerdote que vive en un idílico pueblo costero irlandés y que recibe una amenaza de muerte en pleno confesionario. El futuro y anónimo asesino, víctima en su infancia de un cura pederasta que lo violó reiteradamente durante cinco años, le concede al párroco una semana de plazo para poner en orden sus asuntos. En esos siete días el protagonista y los espectadores sospechamos de todos los habitantes de la peculiar comunidad en la que se ambienta el relato y asistimos al progresivo desasosiego vital del sacerdote. ¿Cumplirá su amenaza el agresivo penitente? Brendan Gleeson realiza una gran composición del personaje central y está en pantalla prácticamente todo el metraje. A su lado desfilan también algunos secundarios de lujo como el estadounidense M. Emmeth Walsh (nos hacemos mayores...), Marie-Josée Croze o Kelly Reilly.
McDonagh consigue un difícil equilibrio entre la comedia negra, el thriller y el drama intimista y el resultado final, sin ser ni mucho menos una obra maestra, tiene una solidez más que apreciable. La película compite en la Sección Oficial y Brendan Gleeson sería un claro candidato al premio de interpretación masculina pero, como es costumbre en los festivales y especialmente en Gijón, ganará un intérprete ignoto de una cinematografía más ignota aún.

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