lunes, 29 de enero de 2007

El Caso Slevin, de Paul McGuigan

El Caso Slevin

El Caso Slevin, una simplista tradución española del título original Lucky Number Slevin, pertenece y por derecho propio al género de películas profundamente enervantes. Parte de un guión del que su autor, Jason Smilovic, debe sentirse muy orgulloso y eso se nota en la película y en lo complaciente de la misma. Pues bien, ese guión tan original de El Caso Slevin es una chorrada sin maldita la gracia y que prostituye de arriba a abajo el concepto de lo que debería ser un guión de verdad, esto es, con planteamiento, nudo y desenlace.

Porque el planteamiento de El Caso Slevin dura casi una hora. Una hora en la que uno no sabe muy bien lo que está pasando, en la que se vive el mismo desconcierto del protagonista y en la que se espera con cierta impaciencia que empiecen a pasar cosas que tengan sentido. Y mientras el espectador espera, el guionista se saca de la manga personajes estrafalarios y diálogos tan bochornosos -aunque sospecho que a él le parecen extremadamente brillantes- como los que pronuncian Morgan Freeman y Ben Kingsley.

Y lo que pasa finalmente es que la trama de la película se resuelve en una única secuencia, tan absurda como resulta todo el conjunto, que da paso a continuación a una cansina explicación de todo lo anterior que es casi tan larga como el planteamiento de partida, lo que convierte a El Caso Slevin en una experiencia similar a que te cuenten una película en lugar de verla.

Entregado vivamente a su artificio, el guionista se olvida de construir personajes consistentes y todos los intérpretes tienen poco a lo que agarrarse, incluido un Bruce Willis haciendo de Bruce Willis. Si además uno de esos actores, protagonista principal para más señas, es alguien tan total y absolutamente negado para esto de la interpretación como Josh Hartnett el conjunto acaba haciendo aguas por todas partes y arruinando las expectativas que el brillante arranque pudiera haber llegado a hacer concebir.

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